domingo, 11 de marzo de 2012

En la piel de otro

El iluso de Manuel pensó que aceptar el trabajo sólo podía resultar positivo. Y aún entonces, cuatro días después, desde la distancia de una tarde de sábado pasada al sol de un marzo que andaba "mayeando", seguía repitiéndose las ventajas de sustituir al profesor de guitarra de aquella escuela de música.

Estaba el hecho de darse a conocer un poco, porque nunca se sabe dónde puede acabar uno en cada inicio del curso; se repetía también, para sus adentros, que era una cuestión temporal, que no le robaría más que tres o cuatro días de estudio... aunque el asunto parecía que ya iba para ocho, con las mañanas que tendría que cubrir la siguiente semana; y luego, resignándose a aceptar un papel acorde con el estado de crisis económica generalizada, acababa de disipar las dudas propias y ajenas afirmando: "es trabajo".

Trabajo u obra benéfica, la tarea le exigía salir de casa pasadas las diez, café en mano, cargando con una o dos guitarras y volver con el vaso vacío cerca de 12 horas más tarde, tras las clases en las que sustituía a un presunto profesor de guitarra, y tras las que le correspondían normalmente, como profesor en otros centros, por las tardes.

Eran casi ocho horas diarias de clase, que son tan netas como sólo puede imaginarse alguien acostumbrado a dar clases particulares, cara a cara; por otra parte, el horario dejaba muchos tiempos muertos (que le estaban devolviendo la vida a sus dedos); y entre unas cosas y otras, ni siquiera era rentable perder tiempo y gasolina para volver a casa a comer o a descalzarse un rato.

Pero no nos dejemos caer en la compasión hacia este a veces quejumbroso personaje, para no dar ocasión a que se sienta apoyado o justificado, y volvamos a la interpretación que él mismo hacía de la situación que se le había presentado.

"Hola, ¿eres tú el profesor de guitarra?".

"Curiosa deducción", pensaba Manuel mientras recordaba la conversación, "me acabas de oír tocar una rossiniana, el preludio de una suite de laúd, y me interrumpes en plena 'joia'... o soy profesor de guitarra, o un "ocupa" que ha encontrado la puerta del colegio abierta y se ha metido a ensayar en el primer aula que ha visto libre..." 

 "No. Soy el sustituto del profesor de guitarra".

En aquel momento, Manuel no podía percatarse de los matices ridículos que tomaba aquel encuentro: el sujeto que le preguntaba, desde algún lejano lugar, por detrás de la bruma de su propia figura, asomándose a unos ojos erráticos, podía ser, pensaba él, cualquier otro profesor del centro, el padre de algún alumno, un cocinero, el repartidor del gas...

"Ya, ya... lo sé... soy Carlos. Tienes clase ahora con María."

Pero con la retrospectiva la escena no dejaba de calentarle la sangre. "Ah... haber empezado por ahí, querido Carlos... ¿te encuentras bien?... ¿qué mal te aqueja, para faltar al trabajo tú que puedes?... ¿cuánto tienes pensado estar de baja?... ¿algún diagnóstico?, ¿alguna expectativa de mejoría?, ¿es que no hay tratamiento ni descanso para tu doliente persona?"

"Ah, vale...", respondió el sustituto.

"No, no... que si tienes clase ahora con María..."

Cómo le indignaba aquel diálogo de besugos. "Macho, pues si no lo sabes tú, que le das clase cada viernes desde hace 6 meses, mal vamos..."

"Me parece que sí... supongo... creo que sí: déjame comprobarlo en tu horario de clases... sí... María Gómez"

"Es que a los niños pequeños hay que ir a buscarles al patio"

"Bueno... no lo sabía... nadie me lo ha explicado"

"Y ésta tampoco era forma de hacerlo", pensaba nuestro personaje. "Más que el valiosísimo apunte sobre mi inexcusable fallo al dejar ir a buscar a mi alumna al patio, habría agradecido alguna información útil sobre el progreso o el tipo de trabajo que estáis desarrollando durante este curso tus alumnos y tú. Algo que me ayude a darle continuidad y sentido a tus enseñanzas, con las mías"

"Pues tienes que estar pendiente... ¡Juani!", dijo Carlos, mientras se alejaba para no volver, hablando con una de las conserjes, "¡Búscame a María Gómez, de primero, que tiene clase!"

Manuel, sin saber disipar la neblina surrealista de aquel aborto de presentación, de aquel marrado reconocimiento mutuo entre colegas de gremio, se quedó esperando a que alguien le trajera a la víctima: otra más de una docencia desorientada... o quizá, hablando con mayor propiedad, una docencia "perdida"...

No está mal encontrarse desorientado. Lo malo es darse por perdido. O aún peor: creerse el rey del mambo sin darse verdadera cuenta de que los alumnos de uno no entienden nada de nada sobre el porqué de lo que se les pide que hagan.

No darse cuenta del poco sentido que tiene que un niño de 8 años sin otra formación musical que la proporcionada en el marco del curriculum de las enseñanzas primarias, trate de producir una secuencia de chasquidos, insurrectos, vencedores en la guerra contra el pulso, usurpadores de un nutrido surtido de una docena de notas repartidas entre las cinco primeras cuerdas de su guitarrina.

No darse cuenta de que un alumno más que leer notas lée círculos y números, y que no lo hace por beneficio de su desarrollo técnico, sino por cabezonería y abuso de alguien que le triplica la edad.

Dejemos a Manuel, testigo presencial de este delito de falta de interés por la enseñanza, de esta falta de método, de este fraude... dejémosle que vierta sus reproches reprimidos, a modo de catarsis, para poder cerrar este episodio morboso y excesivo:

  1. "Muchacho, convence a tu alumno de 8 años que el tema de los buenos de la guerra de las galaxias no es lo más sencillo de tocar con la guitarra según se empieza, y no te pases al lado oscuro del dejar que se estrelle o se pierda en el vacío"
  2. "Querido amigo, si existiera necesidad de que una alumna de 7 años tocase "Frère Jacques", en lugar de otra canción con cuatro notas mal contadas, pero bien tocadas (y bien leídas)... ¡no se la pongas en Sol Mayor!... busca otro arreglo en internet o coge un lápiz y escríbesela en un par de cuerdas, simplificando el "suenan las campanas" para que no tenga que tocar corcheas ni cambiar de posición o abarcar un quíntuplo con sus tiernas manos"
  3. "Quillo, para enlazar los acordes de La Mayor y Mi Mayor en el teclado de un piano, no hace falta saltar cinco teclas con cada dedo. Si impartes clases de un instrumento que no es el tuyo, preocúpate por aprender algo sobre él"
  4. "Estimado señor, si ejerce Vd. con un mínimo de entrega, dejando salir al educador que lleva dentro, en lugar de quedarse plantado esperando que lo rieguen a final de mes, nos hace un favor al resto del gremio, a todos los que intentamos desarrollar nuestro trabajo en unas condiciones saludables y que se respete nuestra labor. Si no, se acerca Vd. al Real de las huestes de intrusos profesionales que son legión en la enseñanza de nuestro popular instrumento, y que contribuyen a degradar nuestras condiciones de trabajo: aumentando la oferta general de clases particulares de guitarra, aún a costa de la calidad de las mismas; faltando al deber de proporcionar un conocimiento amplio y bien estructurado que redunde en un aumento de la cultura guitarrística de nuestro entorno, generando nuevos aficionados, y, en última instancia, aumentando la demanda de profesionales que interpreten y enseñen a interpretar con el instrumento, es decir, aumentando nuestras posibilidades de subsistir; y, por último, por no alargarnos, degrada Vd. nuestra labor ofreciendo una nueva versión de la aciaga y pegajosa imagen que nos acompaña desde la Edad Media, de maleantes, titiriteros y tocadores de guitarra."
  5. "Por favor, si está usted muerto, y huele, quítese de en medio para no fastidiar a terceros: no está usted trabajando con adoquines, ni con ladrillos; debiera estar enseñando a hacer algo correctamente a alguien, y para eso hace falta un poco de compromiso y un poco de cuidado" 
Salud

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